Astoria intentaba no temer a nada, pero
en aquel preciso momento cuando el humo inundaba sus pulmones temía morir. En
realidad, no temía a la muerte, sino al dolor de morir entre llamas, como si
fuese una bruja condenada a la hoguera. Pensaba que estaba delirando cuando una
silueta entró en la habitación rompiendo la puerta de una patada y se dirigió
hacia ella. Sin duda debía estar soñando ¿cómo podía alguien entrar en la
habitación en llamas para buscarla a ella? Tosía, sentía sus pulmones arder y
no podía mantener la mirada en un punto fijo. Sus ojos comenzaron a cerrarse,
pero antes de perder la conciencia fue capaz de notar cómo unos brazos la
alzaban del suelo y una voz masculina le decía algo.
Estuvo durmiendo durante cerca de
dos días, se despertaba para beber agua y cuando le cambiaban los vendajes,
aunque intentasen no molestarla. No había salido tan mal parada como pensaban
todos que podría haber ocurrido, tenía quemaduras en brazos y piernas pero
sanarían. Por el reino ya circulaban rumores de que se había quedado calva o
que su rostro estaba irreconocible y por eso Princesita sería la heredera, ya
que los reyes serían incapaces de casar a la quemada Astoria.
Al tercer día despertó bien entrada la
noche, cuando todos dormían. Al lado de la cama descansaba la reina, parecía agotada y más mayor de lo que era, sin duda lo estaba
pasando mal. Astoria se puso en pie frente a un espejo, se quitó el camisón y
observó su cuerpo cubierto de vendajes, como si fuese una de aquellas momias de
las historias de nana. Se volvió a vestir y se acercó al alféizar de la
ventana, no sabía dónde estaba. Si bien reconocía la habitación como una de su
palacio, no podía decir con exactitud en qué zona ni en qué planta se
encontraban. El aire nocturno la saludó, calmando un poco su sensación de calor
debido a las heridas, cerró los ojos disfrutando.
Astoria no estaba preparada para lo que
vio cuando abrió los ojos. No había pensado en el incendio ni en qué habría
pasado en el reino, no había pensado en nada más bien. Algunas calles habían
quedado reducidas a cenizas y la muralla sur había sido derruida posiblemente
por la cola del dragón. La princesa cerró la mano en un puño, impotente. Ella
que siempre había querido cazar un dragón no había podido hacer nada. Recordaba
haber escuchado las campanas de la catedral, y un gran revuelo en la ciudad, se
asomó a la ventana y allí estaba observándola el enorme ojo negro del dragón
que poco tardó en incendiar su ala del castillo.
Aquel recuerdo la hizo temblar. Menos mal
que estaba viva, pero ¿quién era aquel que la había sacado de las llamas? Tenía
los ojos en un tono entre verde y marrón, o eso quiso recordar. Se volvió a
meter en la cama y se durmió observando a su madre, esperaba que toda su
familia estuviese bien y que el reino se recuperase pronto de aquella catástrofe.