Eras
pura magia cuando recorrías mi salón bailando al ritmo de It’s time de Imagine
Dragons. Que esa canción tenía estrellas ocultas, decías. Y no había cosa en el
mundo que te hiciese más feliz que una tarrina de helado de chocolate y esa
canción en bucle. Puede que no sepa demasiado de la vida con mis 23 años, pero
tú eras vida en ese momento. Eras la definición de vida. Lo que aún no alcanzo
a comprender es cómo en otras ocasiones, sin embargo, eras muerte. Ya no había
Imagine Dragons en el salón, ni pies descalzos en mi parqué, ni siquiera
estabas tú. Cuando te transformabas era fácil saber dónde estabas, pero tan
sumamente difícil encontrarte, ¿dónde guardabas esa parte de ti que adoraba
bailar? Tus suspiros se convertían en precipicios y tus miradas en vacío. Me
desesperabas, joder, ¿qué podía hacer en esos momentos? Juro que intenté
sacarte de tu caos, pero tú no querías escapar.
“Estoy
atrapada”, me dijiste, “y tú no puedes hacer nada. Vive, yo te avisaré cuando
comience a vivir”. No recuerdo qué te
respondí, o qué te grité, pero ese día tu caos se llevó parte de mi alegría.
Espero que ahora te sirva.