miércoles, 9 de diciembre de 2015

NIÑASUSPIRO

Niñasuspiro.

En tierra de todos y en tierra de nadie. Suspira y recoge los pedazos que quedan de su  vida. Vuelve a suspirar como si con cada bocanada de aire que sale de entre sus labios se perdiese un poco más. ¿Qué puede hacerla suspirar? ¿Qué te hace suspirar a ti? Cansancio. Decepción. Molestia. Enfado. Ansiedad. Niñasuspiro es todo eso y nada a la vez.

Niñasuspiro es etérea. Volátil como un copo de nieve en pleno invierno. Es el frío que permanece en tus manos para no irse a pesar de llevar tus guantes preferidos. Puede ser invisible. Tan fugaz que en ocasiones ni la percibimos. ¿Dónde está niñasuspiro? En el interior del corazón de la chica que llevas sentada en frente en el autobús. En el chico de la biblioteca que está preparándose las oposiciones. En aquel anciano del banco que da de comer a los patos. En la madre que cada vez que vuelve del trabajo tiene que hacer malabares con su sueldo para que a sus hijos no les falte de nada. Niñasuspiro siempre está ahí, en todos,  pero juega al escondite con niñasonrisa. ¡Y cada día niñasuspiro lo hace mejor!

Niñasonrisa casi siempre está trabajando. En cambio niñasuspiro puede dormir por mucho tiempo, por eso cuando se despierta tiene mucha energía para jugar al escondite con niñasonrisa, aunque esta suele ganar siempre y deja tan cansada a suspiro que necesita dormir más tiempo. Pero muchas veces cuando niñasuspiro y niñasonrisa están jugando al escondite, aparece una niebla densa que las desorienta y entonces todo se vuelve gris. Niñasonrisa se pierde y no puede ver nada, no encuentra su propia luz. Y es ahí cuando niñasuspiro deja de jugar al escondite y sopla como si fuese una nube enfadada. Como un tifón que arrasa con la ciudad que construyó niñasonrisa dejando todo desolado.


La tristeza ha llegado.

lunes, 14 de septiembre de 2015

EL CARTERO DE SONRISAS EXTRAVIADAS

Era un sábado por la mañana, normal como cualquier otro. La luz entraba por las ventanas iluminando todo el salón de paredes blancas, yo barría al ritmo del álbum blanco de los Beatles cuando el timbre sonó. Dejé la escoba apoyada sobre la pared, apagué la música y me dirigí a abrir la puerta. Para mi sorpresa encontré a un niño de no más de seis años, pero antes de que pudiese articular palabra él comenzó a hablar:
    ¿Es usted la señorita Flannery Hayes? — parpadeé repetidamente confundida mientras el chico esperaba una respuesta.
    Eh, sí, soy yo.
El chiquillo de cabellos dorados ensortijados me entregó una carta y se autoinvitó al interior de mi casa mientras recitaba casi de memoria:
    Soy el cartero de sonrisas extraviadas y mi labor es hacer llegar las sonrisas que no se recibieron en su momento. Solemos ser muy eficaces en nuestro trabajo pero su sonrisa nos ha llevado casi cinco años. Bueno, no es su sonrisa—enfatizó aquel “su” seguido de una risa nerviosa—, sino de aquel caballero, pero era para usted— se sentó en mi sofá.
¿Qué era un  cartero de sonrisas extraviadas? ¿Aquello era una broma y el niño intentaba saltarse un día de clase? Llevaba un pequeño uniforme azul marino con una gorra a juego, y el escudo de lo que parecía su empresa bordado en el bolsillo derecho de la chaqueta.

Yo aún permanecía en la puerta intentando asimilar todo lo que acababa de ocurrir. La cerré y me senté en el sillón situado al lado del sofá. Fruncí el ceño pensativa y pasé la lengua por mis labios, ¿cómo podían mandar a trabajar a niños tan pequeños? Seguro que aquello no era legal, debía llamar a sus padres. O a lo mejor era un niño con demasiada imaginación que se había fugado de casa y estaba jugando.
    ¿Cómo decías que te llamabas?
    No lo he dicho señorita Hayes, discúlpeme— se ruborizó —. Soy Gabriel, y como ya le he dicho soy cartero de sonrisas extraviadas.
    ¿Tus padres saben que estás aquí, Gabriel?
Estaba preocupada por el niño, ¿sus padres le estarían buscando? Si yo fuese su madre estaría muy preocupada, no era habitual que un chiquillo de aquella edad entrase a casa de gente desconocida diciendo que era cartero. Pero él simplemente se rió.

— No señorita, ya le he dicho que soy cartero de sonrisas extraviadas, venía a darle la suya — me tendió un sobre—. Y como ya le he mencionado, esta sonrisa en especial nos ha dado mucho trabajo, llevábamos cinco años siguiéndole la pista.

domingo, 23 de agosto de 2015

IT'S TIME

Eras pura magia cuando recorrías mi salón bailando al ritmo de It’s time de Imagine Dragons. Que esa canción tenía estrellas ocultas, decías. Y no había cosa en el mundo que te hiciese más feliz que una tarrina de helado de chocolate y esa canción en bucle. Puede que no sepa demasiado de la vida con mis 23 años, pero tú eras vida en ese momento. Eras la definición de vida. Lo que aún no alcanzo a comprender es cómo en otras ocasiones, sin embargo, eras muerte. Ya no había Imagine Dragons en el salón, ni pies descalzos en mi parqué, ni siquiera estabas tú. Cuando te transformabas era fácil saber dónde estabas, pero tan sumamente difícil encontrarte, ¿dónde guardabas esa parte de ti que adoraba bailar? Tus suspiros se convertían en precipicios y tus miradas en vacío. Me desesperabas, joder, ¿qué podía hacer en esos momentos? Juro que intenté sacarte de tu caos, pero tú no querías escapar.


“Estoy atrapada”, me dijiste, “y tú no puedes hacer nada. Vive, yo te avisaré cuando comience a vivir”.  No recuerdo qué te respondí, o qué te grité, pero ese día tu caos se llevó parte de mi alegría. Espero que ahora te sirva.

martes, 30 de junio de 2015

WINNIE I



Sonrisas de oreja a oreja que animan a cualquiera, esa soy yo. La que sonríe como el gato de Cheshire cuando ve a alguien triste. La que te pinta el cuello y te dibuja sonrisas en los apuntes sin que te des ni cuenta, esa que en vez de andar trota por los pasillos y es feliz. No creo que ser feliz sea demasiado complicado, sino que en la actualidad los adolescentes tendemos al pesimismo, a la negatividad, y siempre tiene que haber alguien que sea la luciérnaga de esta sociedad. No me estoy denominando salvadora, ni iluminada, ni mucho menos diferente al resto, simplemente feliz.

Vas por la calle y te encuentras a cientos de personas en silencio mirando las pantallas de sus móviles, rostros serios, gestos escasos y caras de cansancio. Pero entre todas esas personas hay una chica con un vestido amarillo, pelo rubio oxigenado y una sonrisa profident que va escuchando música y tarareando una cancioncilla. Puedes encontrarme en cualquier sitio, desde el supermercado de la esquina hasta en el parque. Soy fácil de identificar, como el resto de personas felices que habitan en este mundo. Siempre se queda alguien mirando como preguntándose “¿qué se habrá fumado esta?” , pero yo solamente sonrío más a modo de saludo, a lo mejor así consigo alegrarle el día a alguien y lo paso a mi bando. Es una estupidez, o quizá no. Simplemente me apena ver a tanta gente joven triste, decaída, como perdida. Nadie debería sentirse así.


No creo ser un hada madrina, pero si de verdad existiesen creo que sería un buen trabajo para mí.

lunes, 1 de junio de 2015

A TRAVÉS DEL ESPEJO

¿De verdad pensabas que todo aquello con lo que bromeabas no me iba a hacer daño? ¿Pensabas , y sé sincero, que todo esto no me afectaba? Sabías perfectamente que cada palabra que se escapaba de tus labios, dejándose llevar como una hoja recién caída un árbol, que todo lo que tú dijeses me iba a importar y me iba a marcar para bien o para mal. ¿Tonterías, dices? ¿estupideces y sinsentidos?
Se nota que no me conoces. 
Pensabas conocerme, pero eso no es suficiente. No supongas jamás, y cuando digo jamás, es jamás, que conoces a alguien. Porque, quizá, esa persona interprete un papel continuo. Que cada mañana se levante y elija qué guión interpretar, como una buena actriz. Cada día diferente. Nunca la misma. 
Sin lugar a dudas lo encontrabas divertido, pero dime ¿te habías parado a pensar que a mí no? ¿que buscaba una identidad que no me dejabas alcanzar? Quería alejarme de ti, dejar de fingir sonrisas de porcelana. Quería dejar de ser una actriz de teatro suburbano que aspira a ser una estrella de Hollywood. Estaba cansada de intentar adaptarme a ti, a tus gustos, los cuales jamás expusiste. 

Ahora me río, porque me he percatado de que no era más que una muñeca de plastilina a la que modelar a tu gusto. Pero se acabó, aunque el daño ya está hecho, y aún no me he encontrado en el tablero de ajedrez, que Alicia recorrió tras atravesar el espejo.



Es un texto rescatado de hace siglo y medio, pero llevo varios días intentando escribir y lo borro todo. Absolutamente todo. Nada de lo que escribo me gusta.

lunes, 4 de mayo de 2015

II


Astoria intentaba no temer a nada, pero en aquel preciso momento cuando el humo inundaba sus pulmones temía morir. En realidad, no temía a la muerte, sino al dolor de morir entre llamas, como si fuese una bruja condenada a la hoguera. Pensaba que estaba delirando cuando una silueta entró en la habitación rompiendo la puerta de una patada y se dirigió hacia ella. Sin duda debía estar soñando ¿cómo podía alguien entrar en la habitación en llamas para buscarla a ella? Tosía, sentía sus pulmones arder y no podía mantener la mirada en un punto fijo. Sus ojos comenzaron a cerrarse, pero antes de perder la conciencia fue capaz de notar cómo unos brazos la alzaban del suelo y una voz masculina le decía algo.

Estuvo durmiendo durante cerca de dos días, se despertaba para beber agua y cuando le cambiaban los vendajes, aunque intentasen no molestarla. No había salido tan mal parada como pensaban todos que podría haber ocurrido, tenía quemaduras en brazos y piernas pero sanarían. Por el reino ya circulaban rumores de que se había quedado calva o que su rostro estaba irreconocible y por eso Princesita sería la heredera, ya que los reyes serían incapaces de casar a la quemada Astoria.

Al tercer día despertó bien entrada la noche, cuando todos dormían. Al lado de la cama descansaba la reina, parecía agotada y más mayor de lo que era, sin duda lo estaba pasando mal. Astoria se puso en pie frente a un espejo, se quitó el camisón y observó su cuerpo cubierto de vendajes, como si fuese una de aquellas momias de las historias de nana. Se volvió a vestir y se acercó al alféizar de la ventana, no sabía dónde estaba. Si bien reconocía la habitación como una de su palacio, no podía decir con exactitud en qué zona ni en qué planta se encontraban. El aire nocturno la saludó, calmando un poco su sensación de calor debido a las heridas, cerró los ojos disfrutando.

Astoria no estaba preparada para lo que vio cuando abrió los ojos. No había pensado en el incendio ni en qué habría pasado en el reino, no había pensado en nada más bien. Algunas calles habían quedado reducidas a cenizas y la muralla sur había sido derruida posiblemente por la cola del dragón. La princesa cerró la mano en un puño, impotente. Ella que siempre había querido cazar un dragón no había podido hacer nada. Recordaba haber escuchado las campanas de la catedral, y un gran revuelo en la ciudad, se asomó a la ventana y allí estaba observándola el enorme ojo negro del dragón que poco tardó en incendiar su ala del castillo.


Aquel recuerdo la hizo temblar. Menos mal que estaba viva, pero ¿quién era aquel que la había sacado de las llamas? Tenía los ojos en un tono entre verde y marrón, o eso quiso recordar. Se volvió a meter en la cama y se durmió observando a su madre, esperaba que toda su familia estuviese bien y que el reino se recuperase pronto de aquella catástrofe.