jueves, 19 de marzo de 2015

DESEMPOLVANDO A ASTORIA



Nada me convencía aquella noche de primavera. Escribía, borraba, volvía a escribir y volvía a borrar, y así pasaba la tarde. Había perdido aquel pequeño don sin desarrollar de la escritura, y me odiaba por ello. Me había prometido hacía años que no iba a dejar de escribir, pero lo había hecho. Revisaba las fichas de todos los personajes que había ido creando hasta que un nombre captó toda mi atención: “Astoria”. Sonreí ampliamente, ahí estaba ella.

Si escribís  comprenderéis cómo me sentí. Hay personajes que no desaparecen nunca de tu cabeza, se convierten en una pequeña parte de ti y cuando se empolvan en la memoria algo se adormece en tu interior. Astoria era mi niña. Era el fuego de mis enfados, era mis ganas de correr bajo la lluvia, mis pies descalzos bailando una mañana de domingo por el salón, el brillo en mi mirada y la melodía en mi risa. Quizá no era mi mejor personaje, y no estaba del todo pulida, ni tan siquiera tenía historia, pero significaba mucho para mí.


Aquella noche Astoria volvió a jugar en mis sueños y me pedía ir a cazar fugaces, retomarla, jugar con ella y ayudarle a capturar todos los dragones del reino. Estaba enfadada pero lo disimulaba muy bien, sabía que si yo no la desempolvaba su reino sería abrasado por el fuego de dragón.

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