sábado, 1 de abril de 2017

ESTRELLAS

20 de febrero 2014.

—Jota, — murmuré nada más descolgar el teléfono, no esperé que respondiese— llévame a un sitio donde pueda gritar. — No hizo falta que dijese nada más, sabía que lo necesitaba.
—En 10 minutos estoy allí—y colgó.
Miré mis pies descalzos y apreté los puños. Estaba sentada en la cama a oscuras, había dejado el vestido negro tirado en el suelo. Tenía cortes en los muslos, producto de mi desesperación, y magulladuras en las rodillas de tirarme al suelo. Jota iba a venir a por mí, tragué saliva y tomé la primera camisa de mi armario que encontré y unos vaqueros. El tiempo transcurría con gran rapidez o a cámara lenta, no había término medio en aquellos momentos.
Esperé en el porche en silencio hasta que llegó en su Golf blanco lleno de abolladuras, aunque él decía que el noventa porciento de las heridas de guerra de aquel coche las había hecho Ene, su hermana mayor. Ocupé el asiento del copiloto en silencio,  intentando fundirme con la tela de este y cerré los ojos aguardando aquellas palabras que sabía que diría.
—¿A dónde señorita? — sonreí aliviada cuando preguntó.

—A las estrellas— respondí como de costumbre, necesitaba saber que aquello no había cambiado, pero aquella noche lo hizo. Todo cambió.

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