20
de febrero 2014.
—Jota, — murmuré
nada más descolgar el teléfono, no esperé que respondiese— llévame a un sitio
donde pueda gritar. — No hizo falta que dijese nada más, sabía que lo
necesitaba.
—En 10 minutos
estoy allí—y colgó.
Miré mis pies
descalzos y apreté los puños. Estaba sentada en la cama a oscuras, había dejado
el vestido negro tirado en el suelo. Tenía cortes en los muslos, producto de mi
desesperación, y magulladuras en las rodillas de tirarme al suelo. Jota iba a venir
a por mí, tragué saliva y tomé la primera camisa de mi armario que encontré y
unos vaqueros. El tiempo transcurría con gran rapidez o a cámara lenta, no
había término medio en aquellos momentos.
Esperé en el
porche en silencio hasta que llegó en su Golf blanco lleno de abolladuras,
aunque él decía que el noventa porciento de las heridas de guerra de aquel
coche las había hecho Ene, su hermana mayor. Ocupé el asiento del copiloto en
silencio, intentando fundirme con la
tela de este y cerré los ojos aguardando aquellas palabras que sabía que diría.
—¿A dónde
señorita? — sonreí aliviada cuando preguntó.
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